¿Y sí dejamos los prejuicios de la perfección?
Vivimos llenos de esquemas de lo que debería ser, cómo debería ser, cómo se debería pensar o actuar, ¿según quién? Según cómo se vaya moviendo el mundo a nuestro alrededor o el ambiente que nos fue envolviendo. Seguimos un listado de requisitos que nos entregaron en el momento que comenzamos hacer parte de esta basta comunidad, y así como si nada los adoptamos volviéndolos parte fundamental de nuestro ADN.
Algunos pasan su vida sin cuestionar el hecho de esos manuales impuestos por otros, pero seguidos y defendidos por todos, pocos cuestionan la procedencia efímera, pero defienden a capa y espada la causa, y así ondear una bandera de “libertades” imponiéndonos unos a otros con el prejuicio de tener la única razón, caminando con verdades relativas, dejando en el camino la “verdad absoluta”, y así camuflamos el prejuicio con gracia reverente, o la justicia con sed de santidad, olvidando el mayor principio de todos, EL AMOR, pero no ese amor que pisotea los valores y escupe en la ética, diciéndole si a todo, si no el AMOR verdadero que reconoce entre lo malo y lo bueno, el amor que es también piedra en el zapato, incómoda ante lo incorrecto pero ama y corrige, ese AMOR es el mayor principio de todos, tal como lo aprendemos los Corintios.
“Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no poner “Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no poner.
(Romanos 14:13 NVI)
Fuera de nuestro entendimiento vamos por la vida, creyéndonos mejores, bebiendo de fuentes estancadas y vomitando prejuicios vacíos, llenando la mente de conocimiento, dejando vacío el corazón, creyendo que tenemos los derechos absolutos de la verdad, alejándonos de la evidente Soberanía de Dios, acercándonos más al rechazo de los que no caben en nuestra caja mental; ¡ah pero queremos salvar el mundo!, ayudar a las personas, recortarlas con la misma tijera, castrando su diseño original, porque es más importante parecer cristianos o religiosos, que pagar el precio de una relación con Dios.
Es más importante ser ateo que entender el corazón de la creación, es más importante ser intelectual que acercarse a la sabiduría de la inculta relación del amor, y así vamos construyendo altares enormes de nosotros mismos y los ideales del mundo; sacrificando el alma por un pedazo de aprecio o un poco de recogimiento, arrodillados antes los altares del prejuicio, nos volvimos incapaces de reconocer el mal del bien, preferimos no voltear a mirar y callar con lágrimas los valores más mínimos, menospreciamos el bien real, porque es más fácil decir que es libertad, que atreverse a enmascarar y sanar realmente una vida lastimada desde la concepción, pues ¿quién va ir en contra de miles de millones que piensan que hacer bien es soportar con tolerancia la pisoteada, bofetada y escupitajos de los libres? Y sin más, eso quedará ahí, sin hacer nada más que ver y convencer el alma de que es normal y está bien.
“Ay de los que llaman a lo malo bueno y a lo bueno malo, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo”
(Isaías 5:20-25 NVI)
Por otro lado, decimos Dios es amor, y llenamos la boca al recitar estas palabras, pero y nosotros, ¿somos amor? ¿en verdad somos amor, o sólo lo somos con quien nos gusta serlo? Decimos Dios es orden, ¿pero comprendemos lo que es el orden de Dios?, o lo acomodamos a nuestro desorden emocional y mental? En verdad hemos profundizado a tal forma de reconocer el orden de Dios, o sólo asumimos un listado de cosas, o lo usual, acomodamos el orden de Dios a nuestro orden, porque “Su” orden implica desajustar nuestra prejuiciosa mente; porque a decir verdad es más satisfactorio señalar lo que está mal, que profundizar en la compresión de la situación, hallando el verdadero agujero y así traer “verdadera paz”, pero siempre será más fácil rechazar lo que confronta nuestro ideal de perfección, que escudriñar en la gracia del amor, que lleva a profundidades más incómodas y dolorosas, e inflar el pecho porque reconocemos el error en los demás, ocultado detrás de esa burbuja nuestras propias faltas, apagando la “Luz” tras nosotros y dejándolas revolcarse a solas en ese minúsculo cuarto de nuestra vida mientras llega nuestro próximo encuentro con ellas, y así tomados de la mano del prejuicio, nos vamos tras un velo de excelencia y silencio, mirando de arriba a bajo, creyéndonos más santos, más puros, más dignos, con los dedos del juicio más largos, la mirada más piadosa y las manos más vacías porque dar unas monedas no es ayudar, detectar un pecado no es santidad y sentir sólo compasión no es amor.
“Por lo cual te digo que sus pecados, que son muchos, han sido perdonados, porque amó mucho; pero a quien poco se le perdona, poco ama.”
Lucas 7:47 LBLA
Nunca entendía por qué hay tan pocos misioneros en todos los ámbitos, y descubrí que para ser misionero debes estar libre del prejuicio para desencajar y amar, no desde el conocimiento del pecado y no viendo al otro con valor de juicio, sino desde la inteligencia del amor, desde las entrañas de la creación, tumbando con espada en mano los manuales del mundo, los estándares de libertad que se arrastran con cadenas lujosas, gritando arengas con la abundancia de sus corazones.
“Un mandamiento nuevo les doy: “que se amen los unos a los otros”; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros.”
Juan 13:34 LBLA
No me interesa conocer la respuesta de todo, pero encuentro verdadera solución en la mayor fuente de respuestas, “EL AMOR”, así que renunciemos a los prejuicios y recibamos con entrega el llamado que trae consigo esta renuncia, a no mirar la historia de los demás con la lástima propia del momento y el olvido de la falsa compasión, a no creernos mejor porque somos o dejamos de ser hace mucho tiempo y ahora somos más pulcros al aparentar, saquemos del cuarto y confrontémonos con lo peor de nosotros para por fin conocer la verdad que hace libre.
“examíname, ¡ponme a prueba!,¡pon a prueba mis pensamientos y mis sentimientos más profundos!”
Salmos 26:2 DHH