Un pensamiento

EL PREJUICIO, UN AMIGO DISFRAZADO

Vivimos llenos de esquemas de lo que debería ser. Cómo debería ser. Como se debería pensar o actuar. ¿Según quién?, según como se mueve el mundo y como nos vamos dejando envolver por él. Intentamos acomodarnos a un listado de requerimientos que vamos adoptando según la comunidad. Y, así como si nada los adoptamos, volviéndose parte fundamental de nuestro ADN. Cambiandolo. 

Así se pasan algunas vidas, consumiendo sin cuestionar los ideales que adoptaron. En su imaginario poco se  cuestiona la procedencia o intención de lo que se suponen entender, defendiendo a capa y espada. Luchando por la causa. Ondeando una bandera de “libertades”. Imponiendo su libertad con dedo inquisidor. Con mirada prejuiciosa apuntan con la única razón que conocen. Sin intimidad.

Y va el caminante abriendo trochas con verdades relativas. Dejando en la senda la VERDAD absoluta. Camuflando el prejuicio con gracia reverente. La justicia con sed de santidad. Olvidando el camino real.

Tropezamos con la anterior verdad, dejándolo por fuera de nuestro entendimiento. Creyéndonos mejores. Bebiendo de fuentes estancadas y vomitando discursos venenosos. Llenando la mente de conocimiento. Dejando vacío el corazón. Creyendo que tenemos los derechos absolutos de la verdad. Alejándonos de la evidencia de la Soberanía. 

Sin darnos cuenta o sin admitirlo; abrazamos el repudio de los que son diferentes. ¡Ah! pero queremos salvar el mundo, ayudar a las personas. Pero, recortarlas con la misma tijera. Uniendolos a nuestra comunidad de repudio. 

En esa unidad castramos su diseño original. Cortamos sus faldas, despintamos sus cabellos, tapamos sus expansiones, cubrimos sus tatuajes y cosemos sus jeans.  Porque es más importante parecer cristianos, que pagar el precio de una relación con Dios. Es más importante como sales de tu habitación que lo que haces en ella. 

Es más importante ser ateo que entender el corazón de la creación. Tiene más valía ser intelectual que acercarse a la sabiduría de la “inculta” relación del con el Amor. 

De esta forma vamos construyendo altares enormes guardados en pequeños lugares de nuestra alma. Resguardados por las liviandades del mundo. Sacrificando el alma por un pedazo de aprecio y mucho o poco de reconocimiento. 

Arrodillados antes los altares ofrecemos al prejuicio sacrificio de los valores más mínimos. Cegados y callados menospreciamos el bien. Porque es más fácil decir que es libertad, que atreverse a desenmascarar el dolor. Abrazar y sanar una vida quebrada desde la concepción; no, eso es mucho trabajo. Mejor se “libre” encadenado pero “libre”. 

Por otro lado decimos: sigo a Cristo y Dios es amor. Pero, nosotros ¿somos amor?, ¿en verdad somos amor? o ¿solo amamos a quien preferimos?. 

Decimos: Dios es orden, ¿pero comprendemos lo que es el orden de Dios? o ¿metemos la basura bajo el tapete? porque entendemos que Su orden implica desajustar nuestra prejuiciosa mentalidad. 

La verdad, es más satisfactorio señalar lo que está mal, que profundizar en la situación, hallando el agujero para cubrirlo de PAZ. Pero siempre será más fácil rechazar lo que confronta nuestro ideal de excelencia, que escudriñar en la gracia del AMOR. Que lleva a profundidades más incómodas y dolorosas. 

Inflamos el pecho al  reconocer el error en los demás, ocultando detrás de esa bomba de aire nuestras propias heridas; evolucionadas en defectos. Apagando la Luz tras nosotros, dejándolas revolcarse a solas en ese minúsculo cuarto, mientras llega nuestro próximo espejo. 

Con el reflejo tomamos de la mano al prejuicio, caminamos tras un velo de  superioridad y silencio. Mirando de arriba a abajo. Creyéndonos más santos, más puros, más dignos. Con los dedos del juicio más largos, la mirada piadosa y las manos vacías. Pero, es hora de comprender que dar unas monedas no es ayudar, detectar un pecado no es santidad y sentir lástima no es amar. 

Amar. Nunca entendí por qué hay tan pocos misioneros y, descubrí que para ser misionero debes estar libre del prejuicio. Para amar. No desde el conocimiento del pecado y ver al otro como un proyecto. Si no, desde la inteligencia que entrega el amor y eso hacen los misioneros, aman desde las entrañas de la creación. Tumbando con espada en mano los engaños del mundo, los estándares humanos que gritan arengas con la abundancia de sus corazones. 

No me interesa conocer la respuesta de todo, pero encuentro verdadera solución en la mayor fuente de respuestas. EL AMOR. Así que, renunciemos a los prejuicios. Y recibamos con entrega, el llamado que trae consigo esta renuncia. A no mirar la historia de los demás con la ternura del momento y el olvido de la lastima. A no creernos mejor porque somos o dejamos de ser hace mucho tiempo y ahora somos más pulcros al aparentar. 

Salgamos de la esquina y permitámonos ser examinados y confrontados con lo peor de nosotros, nuestros espejos, nuestros prejuicios y temores de lo que no conocemos para por fin vivir y presentar la REDENCIÓN Y LA VERDAD que nos hace libres.   

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