* EL RING
Has dado esos pasos de fe que te hacen sentir con la energía revitalizante. Es como si de la nada tuvieras super poderes y pudieras con todo.
Pues uno de esos pasos de fe, salida de la barca es: el emprender. Cambiar, dejar algo que ante los ojos es seguro. Dar un paso a la nada. Ese es por mucho el caso de mayor acto de fe.
Ese momento previo a la decisión es como ir caminando al ring… vez luces y voces que salen de todo lado. Fans que te aplauden y te gritan palabras de ánimo: ¡tú puedes! ¡Hazlo añicos! ¡Derrotalo!. Del otro lado los fans de tu contrincante, por simple definición enemigos tuyos, que también alzan su voz con arengas fuertes que casi te desaniman: Debilucha, flacucha, te va a matar, no eres nada, eres un postre… En fin, sus palabras no tienen sentido pero, sí un poco de efecto.
Sin embargo allí vas. Camino al ring con tu entrenador que no te ha quitado la mirada de encima. Te guiñe un ojo mientras te impulsa con alegría a subir. Un equipo está al tanto de ti; así vas dando pasos con el terror disimulado con gritos de victoria.
Vas brincando de un lado a otro mostrando tus músculos, la Palabra y la promesa de Dios. Vas al ritmo de la canción de fondo que suele ser motivante para el luchador e intimidante para el combatiente que espera en el ring.
Vamos con ganas de salir corriendo. El corazón apunta al ring y los pies a la salida, queriendo huir de lo que puede ser una gran paliza y la sangre que escapa del estómago lo sabe.
Aun así, ya estamos en este pasillo lleno de voces, luces, música y palabras de aliento y de muerte.
Intentando silenciar tus oídos, pongo los ojos en el cuadrilátero. Ahí está él; por supuesto llegó primero. De hecho nunca ha salido de esas rejas. El no sale a buscar sus víctimas, siempre llegan.
Se pasea de lado a lado del lugar. Con los puños cerrados y la mirada fija en mi. Su odio se ve reflejado en la presión de su mandíbula y en el fuego de sus ojos… escupe a un lado, regresando la mirada burlona hacia mi. Me ha estado esperando.
Golpea sus pectorales con sus palmas retumbando en todo su gran cuerpo. Hace bailar su pecho mostrando sus entrenados músculos. Alardeando de su fuerza se golpea la cabeza con rudeza y furia. Casi bota espuma por la boca, con la que pega un profundo y estruendoso grito que silencia a todos los demás. Me señala.
Y si, su brazo gigantesco dirigido hacia mi y su mirada coleccionista de éxitos hace que los vellos de mi espalda se ericen hasta la nuca.
Siento náuseas y debilidad por su poder en mi.
Mueve su boca de lado a lado y hace una señal con sus dedos. Una invitación.
Está seguro que ganara, que eres uno más… un creyente más que terminará en su colección de sueños derrotados. Una lápida más para su cementerio de fes muertas. Un trofeo más para su exhibición de creyentes que no creyeron.
Con la espalda helada, las rodillas temblorosas y los puños sudados. Siento unas ganas enloquecidas de huir.
Estaba bien. Cómoda. No me faltaba nada. Mi relación con Dios era buena. Ahora Él es mi entrenador; lo que no es malo, solo diferente.
Mis pensamientos dan vueltas…